Nuestra Participación en las obras de la cruz

Mi esposa Tere y yo fuimos llamados por Dios a involucrarnos en su proyecto dentro de la Espiritualidad de la Cruz alrededor del año 1984. Ya tenía contacto con esta espiritualidad desde hacía años, ya que mi madre pertenecía al Apostolado de la Cruz desde que tengo uso de razón. A los 17 o 18 años, fui invitado a un grupo de jóvenes que se reunía en casa de la «Guera» Muller, donde conocí al Padre Alejandro González, con quien mantengo una grandiosa amistad.

Fuimos parte de la primera comunidad de Apostolado de la Cruz de matrimonios, ya que en ese entonces solo existían grupos de señoras. Tuvimos la increíble bendición de contar con mi madre y padre como formadores de esta pequeña comunidad. Gracias a ellos por haber aceptado este llamado.

El Espíritu Santo nos fue guiando de tal manera que nos llevó de la mano a ser formadores de pequeñas comunidades y presidentes de distintos centros. Fueron muchísimas horas hermosas de acompañamiento a decenas de parejas que Dios puso en nuestro camino. Fuimos testigos de maravillosos cambios mientras Dios obraba en ellos, transformando sus vidas.

Nuestra cercanía con los Misioneros del Espíritu Santo y las Religiosas de la Cruz con el Sagrado Corazón de Jesús nos permitió vivir y convivir muy cerca de ellos, participando en cuestiones trascendentales como la construcción del Santuario de Jesús María y la venta de la Casa de las Religiosas de la Cruz, además de la construcción de su nueva ubicación en Los Cristales.

Estar tan cerca de ellos nos ha llevado a una intimidad profunda, valorando la transformación del dolor como instrumento de salvación y compartiendo esta experiencia con nuestros hijos, quienes actualmente están en una pequeña comunidad con nosotros como formadores.

Años después, Dios nos pidió formar la primera comunidad de Alianza de Amor, otra de las obras de la Espiritualidad de la Cruz. En esta comunidad, también coincidimos con estupendos amigos que nos han llevado a tener un encuentro más cercano con Dios. Aunque no menciono nombres para no dejar a nadie fuera, todos ellos están en nuestros corazones de una manera muy íntima y personal, con una amistad fundada en el amor a Cristo Sacerdote.

Damos gracias a Dios por permitirnos ser fieles a su obra dentro de la Espiritualidad de la Cruz por más de 40 años.

La Espiritualidad de la Cruz está profundamente ligada a la vida y obra de Concepción Cabrera de Armida, conocida como «Conchita», una mística mexicana del siglo XIX y principios del XX. Conchita, madre de nueve hijos, escritora y visionaria, vivió una vida marcada por experiencias místicas y una intensa devoción al misterio de la Cruz.

Para Conchita, la Cruz no era solo un símbolo de sufrimiento, sino la manifestación más pura del amor redentor de Cristo. En su espiritualidad, la Cruz se convierte en el centro de la vida cristiana, un llamado a la transformación personal a través de la aceptación del sufrimiento y la unión con Cristo crucificado.

Uno de los aspectos clave de su espiritualidad es la idea de «ofrecimiento» o «sacrificio» en unión con Cristo. Conchita creía que cada acto de sacrificio y amor, ofrecido en unión con la Cruz de Cristo, tiene un valor redentor y puede contribuir a la salvación del mundo. Este concepto es central en su obra y en la fundación de los Misioneros del Espíritu Santo, congregación inspirada en su visión.

Conchita escribió extensamente sobre sus experiencias místicas y sobre la Espiritualidad de la Cruz, dejando un legado de escritos que influyeron profundamente en la espiritualidad católica, especialmente en México. Su vida fue un testimonio de entrega total a Dios, buscando vivir en constante unión con el sacrificio redentor de Cristo, y convirtiéndose en un modelo de santidad laica en la Iglesia.

En resumen, la Espiritualidad de la Cruz, según la visión de Concepción Cabrera de Armida, es un llamado a vivir una vida de profunda unión con Cristo crucificado, abrazando la cruz personal como medio de redención y transformación espiritual.

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