Camino a la Cima
Hace algunos años mas o menos en 1997, mi esposa y yo recibimos una invitación por parte de un grupo de amigos, padres del Colegio Liceo de Monterrey, ubicado sobre la Avenida Las Torres o Lázaro Cárdenas. Este colegio se encuentra en la falda del Cerro de la Loma Larga, cuya parte superior pertenece a la colonia Independencia, una zona conocida por sus condiciones de vida difíciles, por los altos niveles de inseguridad, alcoholismo, y drogadicción. La dificultad de acceso para los servicios de seguridad agravaba aún más los problemas en la comunidad.
La iniciativa, liderada inicialmente por nuestros compadres Jorge Montemayor y su esposa Iliana Cantu, surgió con el propósito de buscar familias dispuestas a educar y apoyar a otras familias de la zona en diversos aspectos: religioso, humano, educativo, alimenticio, y, sobre todo, en la evangelización. Con poca presencia de la Iglesia en la zona, esta organización se dedicó a construir 4 capillas con el apoyo de muchas familias involucradas en este maravilloso proyecto.
Nuestra familia, los Dillon Villarreal, tuvimos la bendición de trabajar en la capilla de la Santa Cruz, enclavada en lo más alto de la sierra y rodeada de personas maravillosas, entregadas a Dios y a sus familias. Nuestro trabajo incluía el acompañamiento dominical y, en muchas ocasiones, otros días de la semana. A pesar de las condiciones difíciles, especialmente al subir con nuestros hijos de mediana edad, Dios y la comunidad siempre nos protegieron.
A través de este proyecto, tuvimos la oportunidad de reencontrarnos con grandes amigos, como nuestros compadres Eduardo Elizondo y Clari García, con quienes mantenemos una fuerte amistad hasta el día de hoy. Nuestros hijos vivieron en carne propia la problemática de la zona: familias desintegradas por el alcohol y las drogas, personas en estado grave invadiendo las iglesias, el ruido ensordecedor de radios a todo volumen, y al mismo tiempo, una gran hambre espiritual de mucha gente que buscaba encontrarse con Dios.
Esta experiencia forjó en nuestros hijos una madurez superior, inculcándoles la importancia de ayudar al prójimo en todo momento. Se convirtieron en personas empáticas, que crecieron ayudando y sirviendo a los demás. Agradecemos de manera infinita la invitación de Jorge e Iliana, así como de Eduardo y Clari, a seguir sus pasos en este proyecto.
Durante más de 25 años, trabajamos en este proyecto, incluso en la época de gran violencia en México entre 2010 y 2012. Aunque podríamos compartir innumerables anécdotas fuertes, lo más importante es recordar cómo siempre estuvimos protegidos por la mano de Dios, quien nunca nos dejó. Gracias a Dios, a nuestras hijas e hijo, y ahora también a nuestros yernos, por acompañarnos en todos estos momentos de crecimiento familiar.